Espacio Carta Abierta La Plata-Berisso y Ensenada
Se reunirà nuevamente este sábado 4 de octubre a las 10 y 30 horas en el salón del
Café de las artes sito en el Pasaje Dardo Rocha en 6 y 49.
APOYO AL GOBIERNO Y A LA DEMOCRACIA BOLIVIANA
Los integrantes de Carta Abierta La Plata, Berisso y Ensenada queremos manifestar nuestro claro y rotundo compromiso con el proceso democrático, transformador y con el Gobierno constitucional del presidente Evo Morales Ayma.
Expresamos e invitamos a expresar –a las organizaciones libres del pueblo argentino- su enérgico repudio respecto del accionar de quienes apelan a la violencia y el racismo para desestabilizar la Democracia e imponer sus intereses en contra de las necesidades y deseos del pueblo de ese país hermano
Sectores minoritarios y concentrados, con la asistencia de poderes económicos locales y extranjeros y el gobierno de los Estados Unidos, pretenden vulnerar las legítimas decisiones del Gobierno boliviano, que acaba de obtener un contundente respaldo popular en el referéndum en apoyo al proceso político que encabeza el presidente Evo Morales Ayma, redoblando su legitimidad. Por eso, nuestro llamado es
a favor de la Democracia , de la Paz , de la Autodeterminación de los Pueblos, de la Unidad territorial, del proceso de integracion regional y del respeto al rumbo de transformaciones elegido y avalado por la enorme mayoría de ciudadanos y ciudadanas de Bolivia.
Ningún intento de reivindicación sectorial autonómica ha de ser legítimo si se recurre a medios violentos para expresarse y menos aún si se apoya en actitudes e incitaciones segregacionistas, en las que se manifiesta un profundo desprecio por quienes más sufren y por quienes sufrieron durante siglos la exclusión, la miseria y la explotación en Bolivia y en toda Latinoamérica. Por la Democracia , la Paz en el continente, por la unidad de los pueblos de la región, por la continuidad y profundización de las políticas transformadoras en Bolivia, manifestamos nuestro apoyo y solidaridad con el pueblo boliviano y con el Gobierno del presidente Evo Morales Ayma, y nuestro absoluto repudio a quienes pretenden avasallarlos sirviéndose, una vez más, de la violencia y la desestabilización.
Condenamos la masacre de Pando y acompañamos a los campesinos y al conjunto del pueblo boliviano en su demanda de cárcel y condena a los autores materiales e intelectuales de la espantosa matanza.
Saludamos la formidable e histórica iniciativa del bloque de los paises de UNASUR y su decidido “rechazo a cualquier intento de golpe civil, ruptura del orden institucional o situacion que comprometa la integridad territorial de Bolivia” y hacemos nuestra su llamado a
“ preservar la unidad nacional y la integridad territorial de ese país, fundamentos básicos de todo Estado y a rechazar cualquier intento de socavar esos principios”.
El laberinto argentino
La excepcionalidad
Corren tiempos en que es posible percibir que en materia política hay una excepcionalidad. Excepcionalidad que a pesar de todo se mantiene. El gobierno había surgido de una fuerte fisura en el sistema de representación y no venía –no debía venir- a restaurarla meramente. Tenía conciencia de que vendría un tiempo original y lo recorrió con entusiasmo y vivaz espontaneidad. Avanzó por ciertos caminos inesperados, no esgrimió doctrinas revolucionarias –ni casi ninguna otra-, pero mostró un rumbo propicio a una renovación de la vida colectiva. Quería significar que había llegado el momento de revisar las históricas falencias de una democracia carente de condiciones para cuestionar la injusticia social. La larga promesa de una democracia que se mire en el espejo de la justicia social sigue siendo el horizonte de nuestra época. Nada puede ser interpretado al margen de esta llamada genuina.
Medido en el ambiente histórico de este reclamo, el gobierno no ahorró audacias en ciertos temas y se mostró rutinariamente conservador en otros. Y aunque abundan las recaídas anodinas, no necesariamente justificadas por el recio embate de las neoderechas que ha recibido y el que acaba de recibir del complejo agromediático, no dejó de invocar sobre la marcha una cuota significativa de espíritu militante. Esta fuerza se mantiene, aunque en parte haya sido sofocada y en parte esté amenazada por trivialidades de ocasión. Continúa así el impulso reivindicativo ante los escollos presentes que hay que atravesar, y que debe ser empalmado con el compromiso con las generaciones del pasado que, en la memoria, siguen alentando esta tarea.
Hay que advertir que muchas veces el gobierno no evidenció apartarse demasiado de las fórmulas de retroceso más obvias luego de una ardua batalla de la que sale magullado. La excepcionalidad se mantiene porque ni puede volver a los cauces del orden conocido –allí lo repudian, esperan su caída-, ni debe dejar que naufraguen sus anteriores pasos adelantados en los refugios que ofrece una clase política “normalizadora”, garante de una vuelta a la “neutralización política”. Esto no ha ocurrido, pero las tensiones que alientan las más variadas direcciones en que puede salirse de la crisis están a la orden del día.
No creemos equivocarnos si decimos que falta la elaboración, explicitación y proyección de algo previo a ciertas medidas importantes. Lo es la estatización de Aerolíneas, pero lo previo hubiese sido crear certezas mayores sobre su destino de empresa pública antes de enviar el proyecto de ley al parlamento; lo es el pago de la deuda al Club de París, pero lo previo hubiera exigido mostrar esa medida en conexión a mejores argumentos sobre la economía pública y las deudas sociales internas; lo es el proyecto de ley de jubilaciones, pero hubiera sido conveniente que se dijera previamente que se evitarían alquimias matemáticas sobre esta vital cuestión.
En cuanto a los incidentes ferroviarios en el Ferrocarril Sarmiento, ahí lo previo hubiera sido reconocer de inmediato las condiciones inaceptables en que viajan millones de personas que son víctimas así de una grave injusticia social. Y al par de repudiar la destrucción de los bienes públicos, examinar los graves sucesos a la luz de criterios más amplios, en el sentido de las orientaciones hacia el cambio general de las pésimas condiciones de vida en vastas zonas del conurbano. Todo ello, antes de incurrir en un lenguaje de imputaciones que recuerdan tramos oscuros de la historia inmediata, cualquiera sea la explicación ulterior de los condenables acontecimientos de violencia contra el equipamiento ferroviario.
Falta algo previo, decimos. Es la elaboración de bases más permanentes de acción y lenguaje en cuanto a las transformaciones que se le adeudan al pueblo argentino y a las acechanzas que se ciernen. Por eso es necesario hablar del laberinto argentino, para que no se reitere la sensación de que medidas justificables se lanzan en la cabal ausencia de recursos de movilización cultural efectivos. Ante la reacción de las fuerzas siempre reconocibles de la reacción conservadora –revestidas hoy de numerosos ropajes, incluso de los aparentemente contrarios a los que opacamente representan-, hay que evitar la tentación de parecérseles, aún si se piensa ésto para tomar un respiro. La salida del laberinto exige temas, análisis y decisiones que deben ser redescubiertos, sobre el fondo de una excepcionalidad que se mantiene. Y que tiene sus deudas con un contexto regional signado por los triunfos electorales de fuerzas progresistas y Estados con diálogos renovados con los movimientos populares. Si Argentina se mueve con fluidez y premura en esta escena compartida, es también porque sabe que cuando las campanas doblan su anuncio nos compete. La situación del pueblo boliviano sometido al ataque de formas nuevas, de formas antepasadas o de las últimas invenciones del racismo, el imperialismo, el golpismo y el separatismo –todo ello por partes o fusionado- obliga a la movilización de todos los recursos políticos, culturales y reflexivos para acompañar al gobierno de Evo Morales.
Los símbolos y las acciones
Nos cabe ahora una descripción sobre lo que ocurrió en estos últimos meses en nuestro país. Las nuevas bases sociales de la neoderecha se movían en un doble sentido: en el goce de sus reflejos desestabilizadores y en el pedido simultáneo de que se pusiera fin a tanta pasión desatada, “que cesara tanto conflicto”. Sordamente, amenazaban. Pero cuando terminaban de dejar su carga exonerativa, pasaban a empuñar la bandera de la armonía y del “hartazgo por la disputa”. Era el gobierno el que aparecía como confrontativo y los realmente confrontativos aparecían como moderados, partidarios de la “democracia gris”. Si el conflicto es el centro de la política –esto es, si la democracia siempre agita colores encendidos- se le podría cuestionar al gobierno la dificultad para anclar ese conflicto en fuerzas sociales efectivamente reconocidas, esto es, no que existiese una comprensible confrontación sino que ésta fuera meramente estridente, vocinglera e imprecisa. Vulnerados los horizontes colectivos de creencias, un conservadorismo que no se molestaba en aparecer faccioso, conseguía hablar en nombre de intereses genéricos y de los símbolos compartidos. Entrábamos al laberinto argentino.
El ámbito popular movilizado en defensa del gobierno era acusado de encarnar al “pueblo cautivo” al que había que rescatar con una “ética autonomista”. Miles de personas cantaban frente al estanciero Luciano Miguens, en el Monumento de los Españoles, “si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”. No se recordará con satisfacción este momento de la historia nacional. Por otra parte, un personaje político exiguo, partiquino de momentos menores de la política, quedaba de repente en posición de decidir sobre el empate de votos en el senado, desatando un nudo –la forma inicial del laberinto- de manera imprevisible, agrietando severamente las máximas instancias institucionales, revelando la fragilidad esencial de todos los andamiajes políticos conocidos y originando un pobre folklore que podía expresarse en las fugaces y calculadas picarescas del minotauro Cleto.
Lo grave y lo trastocado corrían de la mano. El laberinto argentino, lo que en el siglo XIX célebres autores denominaron la esfinge argentina, reaparece en la necesidad de investigar el núcleo más íntimo de la vida popular, con muchas superficies y planos ocupados por el desvío de los legados y por una gran captura moral que reactiva fantasmagorías conservadoras en los sectores medios, para cuya crítica no alcanza el concepto de “zoncera” sino la pregunta crucial sobre el entrecruzamiento del activismo mediático, la ocupación masiva de calles en las zonas de la urbe socialmente más favorecidas y las épicas basadas en un reconstruido desprecio de clase, revestido ahora de populismo de derecha, todo ello contra un gobierno popular. Un gobierno que aún ensimismado en muchos obstáculos nacidos de sus propios laberintos, avanzó conceptos fundamentales para rehacer el sentido de lo democrático, lo público y lo justo.
El laberinto argentino contiene así a las nuevas derechas con base popular-mediática que juegan entre la admonición moralista y la promoción de una civilización del miedo en los grandes centros urbanos. Y contiene asimismo a las propias marañas de las que las fuerzas populares, sobreponiéndose, deben extraer nuevos argumentos y convicciones. Sin duda, no se esperaba que un camino que era dificultoso, contradictorio e intuitivo, aunque sustentado en una nueva discusión vigorosa sobre los destinos colectivos, quedara de repente tan expuesto y desnudo. No se esperaba que el agrarismo y sus adyacentes perspectivas comunicacionales, recrearan un lenguaje movilizador en otros tiempos invocado por otros estilos y grupos sociales. Los activistas agrarios se dejaron barnizar por lenguajes eventuales de izquierda que al sumarse al cobertizo reaccionario hacían abandono de su propia historia para acrecentar lógicas de oportunidad y de error histórico. Confundían la masividad de las movilizaciones agraristas con una política popular y a las alianzas del nuevo poder conservador con una red social transformadora.
¿Sorprende este giro? Su explicación se encuentra en los variados déficits de interpretación que ya son alarmantes en los laberintos de la sociedad argentina. Se ha hecho abandono de los modos más rigurosos de análisis político, lo que incluso pudo notarse en los propios descuidos con que se tomaron las medidas gubernamentales. Pero nada es más dramático que las encrucijadas imperiosas que deben resolver los movimientos sociales, ellos sí obligados a resolver una conocida disyuntiva. Ni deben estar cómodos siendo apéndices estatales – y siempre existe la tentación de embargarlos por parte del Estado- o, en contrapartida, convirtiéndose en desastrados agentes de acciones que favorecen intereses extrínsecos a los de las causas populares –lo que también supone que sean expropiados por los lenguajes más vulgares de la compleja espesura de la coalición entre ciertos medios de comunicación y determinados grupos económicos. Éstos dilemas, cuando no consiguen ser resueltos, llegan al paroxismo con personajes que desde el inicio ya fueron fundados como caricaturescos y que aprovecharon la oportunidad para acentuar su bufonería, pidiéndole algunas vacas a
El momento laberíntico que vive la sociedad argentina también se verificaba en pensamientos que se revestían de argumentaciones populistas o antiimperialistas, aunque para ofrecerse directamente como guardia de corps de la alianza de los agronegociantes. Véase la galería de fotos correspondientes. No era una defección episódica. Era un trastocamiento general de los significados. No se esperaba semejante inversión de los trazos habituales que unían las palabras con las cosas. Acciones que con otra ambientación eran declaradas ilegales por los labradores agromediáticos y los nuevos movilizados, ahora parecían el non plus ultra del republicanismo ilustrado. En cambio, medidas de gobierno avaladas por
Un estallido interno de magnitud inesperada y difícil mensura recorre ahora la vida política argentina. Pero un laberinto es también un jeroglífico en donde es menester encontrar los nuevos hilos constitutivos de una verdad histórico–social. Estamos en un momento donde se lucha por la verdad –la verdad en el lenguaje, en las cifras, en los significados, en las biografías- pero se ha extraviado lo que aún en épocas tan convulsas como éstas era la relación entre los signos y las cosas, las representaciones y las motivaciones básicas de la sociedad. Se pelea por la verdad sin que importe la verdad. Vivimos un momento faccioso. ¿Cómo tratar la dislocación ocurrida entre hechos y símbolos? ¿Cómo considerar la relación entre la serie de la justicia frente a los hechos del pasado y la de los hechos inequitativos del presente? ¿Cómo se ligan los lenguajes de la escisión y el conflicto social con composiciones heterogéneas de fuerzas? En general, estas diferencias se tramitan con la velocidad de una vida social condicionada por la acción de los medios comunicacionales y su fuerte capacidad de articular la escena y los tiempos. Pero si el set y la agenda son constituidos por actores definidos de gran poder, eso no exime al resto de los actores de pensar en otra temporalidad que necesariamente supone una crítica a esa veloz adecuación de trincheras y paso por el guardarropas de las luchas pasadas.
Las neoderechas gozan de este estado de volatilidad de las creencias y no dudan en “izquierdizar” sus embates cuando lo creen necesario para realmente decir otra cosa. Es el laberinto argentino. Entretanto, la izquierda real, aunque no tenga generalmente ese nombre, pues actúa en gran medida con sus claves nacional-populares y sus legados humanísticos y sociales de pie, está en los filamentos realmente existentes del movimiento social democrático, expresado en infinidad de variantes de lenguaje y militancia. Fue a las plazas históricas a defender la democracia y con consignas propias, interpretó que el gobierno, aún moviéndose improvisadamente en la tormenta, encarnaba los trazos fundamentales de una voz popular que a su vez le reclamaba más afinación y claridad en los argumentos. Los hilos a veces tenues pero continuos de las memorias populares van tejiendo, como también lo supieron hacer en otras jornadas del pasado, los ideales emancipatorios y lo hacen en el interior de dificultades inéditas e, incluso, desprovistos, muchas veces, de señales luminosas que no suelen partir de un gobierno que no ha sabido, no ha podido y tal vez no ha querido profundizar en la creación de una genuina base de sustentación popular.
Luego del vendaval, las instituciones públicas golpeadas intentan volver a los hechos. El gobierno afirma que frente a las palabras y las opiniones triunfarán los hechos. Hechos económicos, construcción de necesarias infraestructuras. Sin embargo, no puede olvidarse que los terrenos comunicacionales le fueron generalmente adversos y que es menester ahora descifrar los laberintos de la cultura. Como muchos dicen despreocupadamente, “los pueblos no comen símbolos” pero los símbolos son parte esencial de las condiciones bajo las que se piensan los pueblos. Ninguna sociedad que reclama niveles más precisos de debate se orienta tan solo por realizaciones económicas, teniendo en cuenta que lo de Aerolíneas es a la vez un hecho de la economía pública y también de fuerte simbolismo. Así, como lo demuestra el laberinto argentino, se lucha especialmente por símbolos, cualquiera sea la explicación profunda que se le de a estas evidencias.
Asimismo, los condicionamientos y el cerco al que fue sometido el gobierno luego de las votaciones parlamentarias pueden justificar nuevas prudencias en el tratamiento de diversos temas pendientes, pero eso no debe ser el motivo por el cual se instituyan decisiones políticas y económicas con concesiones a los sectores nacionales e internacionales que operan el sitio precisamente al aspecto más progresista de aquellas decisiones. Entre el pago total de la deuda al Club de París, la reestatización de Aerolíneas y la ley de jubilaciones móviles se desplaza, quizás con movimientos espasmódicos, un gobierno que sabe que el terreno por el que transita está rodeado de arenas movedizas y de seductores espejismos que no llevan, necesariamente, hacia políticas populares, políticas que requieren audacias y voluntades no siempre disponibles. Pero aún resulta más arduo ese avance si no se busca construir los puentes hacia las mayorías populares postergadas y empobrecidas que son una base social de sustentación imprescindible junto con otros actores sociales.
Por otro lado, prosiguen los juicios a los personajes de los gobiernos dictatoriales y se halla firme la conciencia de que no debe cederse una noción económica que excluye terminantemente el ajustismo neoliberal. No se ha entregado la creencia de que simultáneamente debe afirmarse un ideal latinoamericanista, que aún con titubeos, también se ejerce sabiendo que hoy más que nunca la suerte de nuestro país, de sus proyectos democráticos, está fuertemente unida a lo que está aconteciendo en otras repúblicas hermanas, particularmente
Crítica y conmemoración
Desde hace cierto tiempo se intenta horadar el cimiento básico de la época, que es la promoción de actos jurídicos sobre los símbolos más significativos de un pasado de horror. Esto no proviene solamente de los remanentes de las pasadas dictaduras. Se dice que el gobierno trató de un modo inadecuado la cuestión de la memoria y los derechos humanos. Algunos llegan a afirmar que el gobierno utiliza la política de derechos humanos –esto es, la política de la justicia en la memoria-, como un recurso a la impostura, pues mientras haría una política por lo menos descuidada en materia de derechos sociales y economía cabalmente distributiva, insiste en hablar sistemáticamente de las condenables violencias y atentados a la vida ocurridos en el pasado. Solo una virulencia antes desconocida en el ataque a un gobierno democrático en el ciclo de este último cuarto de siglo –aunque fuertes dosis de neutralización destituyente habían acompañado el último tramo del gobierno de Alfonsín-, permite el error al que lleva esta interpretación.
No vamos a insistir una vez más sobre la manera en que esta política de derechos humanos no es ni debe ser episódica, sino que constituye el nudo troncal de la época, su estructura última de significados. Los desavisados que la atacan con sus catilinarias revelan hasta que punto representan el último escalón refinado para que se vuelva al orden antiguo. Postulan que hay impostura en la política de la memoria asumida; postulan entonces, inevitablemente, un gesto de agravio gratuito que intenta desconectar el ciclo comenzado en el 2003 de sus más importantes bases expresivas y sus más profundas raíces de legitimación.
Es necesario dejar de heredar el país de la dictadura y hay indicios, en las políticas gubernamentales, de una efectiva búsqueda de modos más equitativos y dignos de la vida social. En el laberinto argentino también se halla, como hilo de Ariadna, la política realizadora regida por un manojo de nuevos derechos –en esencia, la articulación entre derechos humanos, derechos sociales y derechos democráticos-, cuyo acoplamiento creativo es motivo central de la crítica y la razón política.
Como todos sabemos, el gobierno ha tenido trazados convocantes y perdurables en estos terrenos, aunque a veces realizados con muchos balbuceos e ingenuidades. Y cuando decimos ingenuidad no es el modo del elogio moral que vería en el ingenuo lo contrario del astuto, sino que lo decimos al modo de la crítica: la ingenuidad es ver menos de lo que es necesario, considerar menos dimensiones que aquellas que la acción política debe tener en cuenta para no fracasar. Pasado un tiempo del rechazo parlamentario de las retenciones móviles, el gobierno sigue ceñido por el cerco de sus contrincantes avezados. Defienden sus intereses sectoriales y un tipo de articulación entre las instituciones estatales y las lógicas de mercado de clara subordinación de las primeras a las segundas. Y del lado del gobierno no se logra totalizar las dimensiones de esa confrontación, para lo que se deben examinar nuevas y originales singularidades. Un diagnóstico preciso de los modos en que funciona actualmente la economía y resignificaciones de los símbolos en juego supone no perder de vista los grandes panoramas históricos, nacionales y latinoamericanos, a la vez que se tiene la obligación de no dejar de observar los elementos menudos, precarios o marginales.
Estas relaciones entre lo general y lo particular tienen en la cultura –en el vivir social más amplio y en el vivir cotidiano- su territorio si no definitivo, sí de suma relevancia para forjar alternativas y lenguajes. Porque se trata de construir los conceptos, las teorías y las locuciones con los cuales aprehenderlas a la vez que tratar las memorias sociales en juego, recogerlas del olvido o entretejerlas novedosamente. No deja de haber en todo momento histórico un cierto laberinto. Siempre hay una guarida del Minotauro. Pero este laberinto, aquí y ahora en
Una ciudad activa, reconocida sede de experiencias populares significativas, de grandes aventuras intelectuales y artísticas, de buena parte de la historia del movimiento obrero, desde las huelgas de principio de siglo hasta –si queremos poner una fecha- los acontecimientos vinculados a la defensa del Frigorífico Lisandro de
La renovación y el horizonte contemporáneo de la cultura no puede ser el de una actualidad con un único plano y un tiempo lineal, sin historicidad viva, entregándole a la televisión el control de las pedagogías educacionales, y en el otro extremo, un funcionariado que baja de las estanterías el festejo que corresponde una vez al año, sin valoración de las exigencias del lenguaje, sin preguntarse por las prácticas de lectura sociales y sin considerar que se muere la política si se muere el pensamiento creador en las artes y las ciencias. Peligra, incluso, la lectura argentina, el lector argentino, a pesar del éxito ferial de las convocatorias específicas en torno a esa práctica –la lectura- fundadora de sociedades y naciones. Se debe liberar al arte del modo en que las formas más crudas del mercado lo intentan anexar, tanto para generar nuevos fetichismos que de hecho han arriado “las banderas de la imaginación” como, en cuanto a la ciencia, asociándola a jugadas empresariales que ni siquiera se intentaron en el antepasado capítulo desarrollista de la historia de nuestro país.
No concebimos en el actual momento de la política nacional que estas cuestiones deban postergarse en el debate, porque son cuestiones del laberinto argentino. Del laberinto hay que salir con ideas estratégicas para este nuevo siglo. Parte del laberinto es una liviana consideración de las llamadas “políticas de la memoria” que finalmente la concede al conjunto de acciones permitidas por las centrales globalizadas de archivo de símbolos de los pueblos y a los nuevos enciclopedismos desmanteladores. Todos los conocimientos pueden ahora ser fijados, conservados y preservados, pero sin relaciones singulares entre ellos, sin relieves que los articulen o que ponderen sus relaciones heterogéneas pero ligadas a la historia de cómo se han producido. Los efectos de la globalización –más allá que este nombre apologético no es el adecuado y hay que crear otro-, permiten el singularismo desconectado de la historia, la construcción de una red sin cuerpos ni herencias significativas de lenguaje.
Se hace urgente entonces trazar nuevos planes culturales públicos que no resuelvan la relación entre la singularidad y los recursos de aprendizaje colectivo con proyectos reduccionistas que sustituyan prácticas históricas por amuletos que muchas veces son versiones degradadas de las necesarias innovaciones tecnológicas. Éstas nunca ocurren al margen de grandes módulos de reflexión popular, cultural, intelectual, tanto espontánea como experta. No se trata ni de burocratizar el pasado festejando a los insurgentes pretéritos como si los reencontráramos en un mercado de ideas despegado de la vida, no se trata ni de vivir en sociedades regidas por la desmemoria de los medios de comunicación más concentrados ni por el modo en que éstos reorganizan el archivo social bajo impulsos del target, las audiencias fragmentadas, el estilo history channel y el divulgacionismo que aplana el relato crítico de las sociedades. De la misma manera que reducir las políticas culturales a operaciones de mercado, al glamour heredado de desfiles de moda o convertirlas en escenificación espectacular y en sponsoreo de grandes empresas, suele ser el discurso que fascina a aquellos que desde hace mucho rebajan la cultura a su exclusiva dimensión mercantil articulada a la lógica de lo cuantitativo.
Sólo un nuevo humanismo de fundamentos críticos puede hacer pasar las culturas colectivas por el estatuto más riguroso de los conocimientos, fusionado entonces con los horizontes masivos genuinos. Están en nuestro pasado los muertos de muchas luchas que impulsaron la reconstrucción simultánea del presente y del pasado, como un único gesto inescindible de conocimiento político. Por eso, pensar la justicia respecto del pasado resulta indesligable, finalmente, de los modos en que se imagina y materializan actos de justicia respecto del presente. Los símbolos requieren un trato cuidadoso, porque su mera invocación en un contexto que no les pertenece los deja al borde de la parodia o la indiferencia, y ésta no es una zona menor del laberinto argentino.
La discusión actual respecto de los íconos nacionales muestra ese rasgo de su conflictividad necesaria. Y que esa discusión suceda, exige que no sean tratados con premura ni con consensos fáciles respecto de creencias sociales que están profundamente delineadas por las fuerzas mediáticas. Es necesario situar los símbolos en su fragilidad. Ellos no siempre afirman lo mismo y si se los arroja desligados de una materia experiencial profunda quedan a disposición de sus usos reaccionarios. Esto es: como negación o como inversión de aquello para los que se los había convocado.
No es sólo tarea de las instituciones estatales dar esa disputa, pero ellas tienen mucha responsabilidad al respecto. Deben hacerlo con tanta autonomía de los poderes culturales fosilizados –aunque se proclamen “independientes”- como con sensibilidad democrática frente a las diversas expresiones sociales. Deben hacerlo con sus redes cazadoras de mariposas de sentido, con ojos abiertos a lo que sucede, con perspicacia crítica respecto de sus límites, con azoramiento hacia lo que desconocen. Instituciones estatales de esa índole pueden librar la batalla cultural. La conmemoración del Bicentenario debe escapar del celebracionismo trivial ni debe ser fachada de acciones de fuerzas económicas que la mejor tradición democrática de nuestras revoluciones fundadoras hubiera rechazado. Debe también ser festiva, pero sin privarse de movilizar el espíritu investigativo y la potencia crítica intelectual que permita que el laberinto argentino –la histórica complejidad de las luchas sociales- protagonice un nuevo capítulo nacional sin sentimiento de embotamiento, liberando y emancipando las fuerzas de la justicia, de la economía y del arte.
Carta Abierta así lo propugna, porque su vida política es un conjunto de decisiones simultáneas que surge de las asambleas abiertas, de la integración libre, del sentimiento emancipado del sujeto público, del antagonismo creador sin cierre conceptual posible, de la proliferación sin cartilla previa de la cultura crítica universal y nacional y del estado contingente de interrogación permanente. Y especialmente de las escrituras y reescrituras, que suponen que cada escritura es a la vez otra, que permite pensarse nuevamente.
Si esto fuera así por obra de una multitud de voluntades, tendrá el efecto, la extrañeza y el valor que pudo tener la celebración de Castelli en las ruinas de Tiahuanacu el primer aniversario del 25 de Mayo de 1810.
La Comisión Internacional de CARTA ABIERTA
invita a la III Mesa de Debate del ciclo:
"América Latina: Democracias amenazadas"
Miércoles 24 de septiembre, a las 19 horas
en la sala
Raúl Gonzalez Tuñón del
Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini
Av. Corrientes 1543
panelistas
Del Plata al Orinoco, ida y vuelta.
Navegando por las venas abiertas de América Latina
Juan Carlos Schmidt
Secretario General y fundador del Sindicato del Personal de Dragado y Balizamiento de la República Argentina.
Las Guerras del Agua.
El acuífero Guaraní, en la mira de los Estados Unidos.
Elsa Bruzzone
Profesora,Investigadora, Escritora, Secretaria del CEMIDA
(Centro de Militares por la Democracia)
Coordinadora : Adriana Riss
Un intento de construir un puente entre los mundos intelectuales y culturales con la escena público-política y por sostener el debate de ideas en medio de la sequía cotidiana y del bombardeo brutalizador y simplificador del lenguaje mediático.
Por Ricardo Forster *
“El búho de Minerva levanta vuelo a la hora del crepúsculo.” Aquella frase un tanto enigmática trazada por el filósofo tal vez nos permita indagar por lo acontecido en nuestro tiempo argentino; quizá, siguiendo el curso sinuoso de una realidad en estado de continua reformulación, podamos no sólo iniciar el arduo trabajo de comprensión de aquello que habiendo sucedido sigue insistiendo en nuestro presente, sino, de un modo también inevitable e indispensable, nos permita confrontarnos con nuestra propia deriva, con ese advenir extraño y anómalo que terminó generando el espacio Carta Abierta. Como si detrás de nosotros se ocultaran algunos signos sin los cuales nada de lo sucedido pudiera ser despejado a la hora en que las luces del día van dejando su lugar a las primeras sombras del anochecer, y no porque ese anuncio de la oscuridad deba ser interpretado como el melancólico final de la jornada, como el cierre, en nuestro caso, de una historia ya definitivamente acontecida, de una historia que, en un momento de fulgor, pareció reconducirnos hacia las narraciones olvidadas de lo emancipatorio en el interior de una sociedad descreída y desinteresada que se siente más a gusto con las prédicas del mercado que con las lenguas populares y democráticas. Por el contrario, el crepúsculo sigue siendo una hora de oportunidades en la que los últimos rayos del sol nos ofrecen un panorama de extrema belleza y de indudable posibilidad clarificadora respecto de la jornada transcurrida. Es un alto en el camino que nos permite ejercer el trabajo de la reflexión crítica, el desplazamiento indagatorio hacia lo realizado y lo pensado, hacia lo acontecido y lo vivido, hacia lo abierto inesperadamente y, también, hacia lo clausurado y tal vez irrevocable. Una hora en la que en tanto actores del presente nacional nos debemos la obligación de interrogar/nos por esas jornadas y sus consecuencias con el ánimo puesto en lo por venir, de aquello que sigue a la espera de su acontecer.
Es siguiendo esta perspectiva que la emergencia de Carta Abierta debe ser leída en el interior de lo inesperado, o, para expresarlo con otras palabras, lo que vino a romper con su aparición fue una cierta linealidad política, un movimiento previsible de una realidad imprevisible en sus zigzagueos que arrojó sobre la escena un acontecer al menos sorprendente, de esos que ponen en cuestión lo anunciado y lo esperado, que quiebran las “normalidades” y los cálculos para colocar lo nuevo y distinto, aquello que desvía irremediablemente el curso de los sucesos introduciendo el trazo de lo azaroso y lo repetido, como si en esa alquimia se cociera una novedad imprevista. La extravagancia del acontecer reciente lleva el nombre de una escritura epistolar que ha ido buscando a sus destinatarios tratando de quebrar el discurso monocorde que invadió el alma de gran parte de la sociedad; y lo hizo reivindicando un estado de asamblea y una persistencia libertaria en el debate y en el entramado de biografías y tradiciones diversas, de aquellas que provienen de las canteras políticas y culturales de un país en estado de realización que de una manera algo extravagante parece elegir los caminos de la repetición regresiva y restauradora allí donde algo efectivamente distinto intenta abrirse camino.
La rebelión campestre, con sus símbolos y lenguajes tomados a préstamo de otras luchas y de otros actores muy diferentes de los actuales, conmovió el curso no sólo del gobierno de Cristina Fernández sino que atravesó de lado a lado al conjunto de la sociedad. Rompió, hay que decirlo, la inercia de una gestión acomodada a los datos favorables de la macroeconomía y al envión de años de crecimiento articulados con políticas inclinadas a reabrir algunas deudas esenciales con los más desfavorecidos. Y lo hizo más allá de que su acción fue el resultado de una decisión gubernamental que le daba un más que interesante mordisco a la renta agraria, aunque el destino de ese mordisco no apareciera, al menos en esos primeros días, demasiado claro. Los que sí vieron con claridad el sentido de la resolución 125 fueron los dueños de la tierra y otros sectores del establishment (en especial del sector vinculado con los medios de comunicación más concentrados y monopólicos y con los viejos exponentes de la especulación del capitalismo financiero) que no dudaron en lanzarse, con todas las tropas disponibles, a una confrontación que signó los meses siguientes. La escalada destituyente logró transmutarse, a ojos de una opinión pública pacientemente trabajada por la combinación de la gauchocracia y el grupo Clarín (ayudado gustosamente en esta “pueblada” por La Nación y sus opinólogos destacados), en defensora de los intereses patrios asociados con un reclamo de más y mayor calidad institucional. Se convirtieron, junto a una oposición tartamudeante en el comienzo pero luego brutal y apocalíptica, en exponentes del ideal republicano sin pueblo o, para decirlo mejor, con un pueblo nuevo, depurado de plebeyos y desharrapados, representante, ahora, de las virtuosas clases medias rurales y urbanas que iniciaban un enamoramiento fundacional para los intereses de la nación en su conjunto.
Del acto rosarino al pie del Monumento a la Bandera a la apoteosis del realizado en el centro neurálgico del patriciado porteño, lo que fue naciendo, esto hay que decirlo porque constituye una novedad en la historia política de nuestro país, fue precisamente una nueva derecha capaz de interpelar a esas “nuevas y relucientes” masas e hincándole el diente, vía el sistemático esfuerzo de los lenguajes mediáticos, a importantes sectores próximos a los mundos populares. Parte del éxito del lockout campestre fue calar hondo en los imaginarios de las clases medias bajas urbanas, que creyeron ver en esa rebelión por la renta y de rentistas, no la defensa del bolsillo y de los intereses sectoriales aunados con una ideología agroexportadora capaz de sostenerse con la expulsión de millones de argentinos del mercado de trabajo, sino la correspondencia con sus propios deseos de ser parte de esa Argentina soñada, la de las viejas estancias, la de los relatos gauchescos y la de consumos suntuarios entramada con las enseñanzas escolares que siempre han puesto “al campo” en el centro de la nacionalidad. Una ideología asociada al ciudadano-consumidor que, a su vez, se vistió con las galas de la patria arcaica, aquella de las columnas fundacionales que desde los comienzos viene sosteniendo la virtud pública aunque sin hacerles ascos a las nuevas seducciones del mercado global y de los paraísos artificiales promocionados por los medios audiovisuales. Entre la “virtud republicana” importada de añejas filosofías políticas a la “fiesta consumista” en la que vienen sumergiéndose amplios sectores medios y altos, el discurso campestre encontró su público natural y adecuado, ese que se emocionó con la tonalidad entre tartamudeante y concheta de Miguens y que deliró con el grotesco lenguaje de De Angeli.
Un país extraño y extravagante en el que en medio de un ciclo de crecimiento económico se da la mayor y más virulenta reacción antigubernamental de parte no sólo de las organizaciones empresariales del campo (articuladas alrededor de una alianza poco tiempo atrás inimaginable) sino también, y entonando un mismo repertorio crítico y desestabilizador, de parte de los “formadores de opinión pública” capaces de lanzar toda su batería bélica para ir demoliendo de a poco las bases de la legitimidad democrática, afirmando su bombardeo mediático en conductas atávicas de vastos sectores de las clases medias que salieron a expresar no sólo su apoyo total a las reivindicaciones facciosas y rentísticas de los dueños de la tierra sino, más grave todavía, a manifestar sus prejuicios de clase y su racismo acérrimo y encendido en medio del conflicto. Entre esos gestos destituyentes que se articulaban con el deseo de impedir el desarrollo de un proceso político que venía impulsando, aunque con dificultades, un giro notable en la vida económica y política argentina intentando, entre otras cosas, recuperar el papel fundamental del Estado en la protección de los más débiles y en el impulso de programas distribucionistas, lo único distinto que vino a salir al paso de tanto gesto bravucón y de tanto prejuicio fue el espacio de Carta Abierta, allí donde salió a expresar no sólo su apoyo al gobierno de Cristina Fernández sino a señalar la magnitud destituyente del proceso inaugurado por la rebelión campestre en asociación con los medios concentrados de comunicación pero lo hizo, al mismo tiempo, planteando las deudas y los problemas del propio Gobierno, asumiendo una dimensión autónoma y crítica que no solamente se encargó de destacar la significación de la ofensiva del complejo agromediático sino, también, de hacer visibles las escasas disposiciones del kirchnerismo por ampliar efectivamente la base de sustentación social impulsando otros modos de lo político democrático, modos sin los cuales difícilmente se pueda avanzar en un proceso genuino de transformación social y de recuperación del Estado nacional en beneficio de los más necesitados y del conjunto del pueblo.
Pero lo hizo rompiendo el frente de las clases medias que parecían enteramente capturadas por el discurso mediático; recogiendo, en su decir atípico, las tradiciones populares y emancipatorias en medio de su intento de expropiación por parte de ese frente destituyente que no dudó en vaciar de contenido y de especificidad esas tradiciones para ponerlas al servicio de su ideal restaurador. Carta Abierta abrió las compuertas del lenguaje para desafiar a los lenguajes embaucadores, descolocó la lógica dominante que se desplegaba soberana sobre el conjunto de la sociedad, despojó de sus falsas vestimentas a los representantes de los ideales rentísticos y regresivos que se camuflaron en relatos populares y democráticos; pero lo hizo sin caer en simplificaciones al uso ni haciendo concesiones al sentido común de la antigua y algo demudada progresía. Sintiendo que la hora argentina exigía no sólo elevar la voz para defender a un gobierno popular de una amenaza poderosa y persistente en nuestra historia, sino, de un modo quizás más decisivo y significativo, exigiendo y exigiéndose una verdadera interpelación a la ciudadanía, a sus núcleos más oscuros, a sus prejuicios, a sus dislates dogmáticos que incluían a izquierdas enfebrecidas y a progresismos travestidos en neoconservadores, intentando, no sin dificultades, construir un puente entre los mundos intelectuales y culturales con la escena público-política, sabiendo que ese proceso suponía y supone enfrentarse a prejuicios enquistados desde siempre en nuestra sociedad, pero reclamando con firmeza la necesidad de asumir, cuerpos e ideas mediante, un compromiso con la democracia y con los ideales de la emancipación, aquellos que suponen el entramado de república e igualdad.
Producto de esa anomalía argentina y, en un sentido más amplio y profundo que por espacio no puedo desarrollar, del extraordinario giro sudamericano que parece recuperar la memoria de los ideales populares y democráticos después de la noche neoliberal de los ’90, Carta Abierta es, a su vez, un intento por sostener el debate de ideas en medio de la sequía cotidiana y del bombardeo brutalizador y simplificador del lenguaje mediático. Un espacio que busca pensar la democracia, sacarla de su asfixia burocrática, descolocarla de su pura repetición para asumirla como una invención permanente. Tal vez por eso ha sido y sigue siendo un ámbito libertario en el que una multitud de ciudadanas y ciudadanos insisten con reunirse para debatir, en distintas ciudades del país, cómo aportar a la construcción de una sociedad más justa, más igualitaria y más democrática.
* Doctor en filosofía, profesor de las universidades de Buenos Aires y de Córdoba.
CARTA ABIERTA LA PLATA–BERISSO–ENSENADA
La aparición del Espacio Carta Abierta, hace ya casi 4 meses, con su propuesta abrió una
experiencia inédita en Argentina convocando ya, a más de 2000 personas en todo el país.
Quienes suscribimos esta declaración, en La Plata, Berisso y Ensenada, adherimos a las tres
cartas abiertas ya emitidas y a las dos solicitadas publicadas por el Espacio durante el
prolongado conflicto provocado por los empresarios agropecuarios. Conflicto con el cual se
generó un “clima destituyente”, amenazador de la vigencia de las instituciones democráticas;
propiciado y sostenido por los medios de difusión concentrados al servicio de una nueva derecha
que comenzó a agruparse en Argentina.
Ante estas circunstancias no solo participamos en las masivas movilizaciones populares,
convocadas en defensa de un gobierno recientemente elegido y legitimado por las mayorías
populares en plenitud democrática, sino que sentimos la necesidad de tomar conciencia de
nuestro lugar en este enfrentamiento desde las ciencias, la política, el arte, la información, la
acción social, los derechos humanos, oponiendo a los poderes de la dominación la pluralidad de
un espacio político-intelectual, lúcido en sus argumentos sobre la cuestión democrática. Por ende,
nos hacemos cargo de la recuperación de una palabra crítica que comprenda la dimensión de las
luchas nacionales y latinoamericanas.
Creemos que, como la mayoría de los pueblos latinoamericanos, estamos forjando una nueva
etapa histórica, con gobiernos legítimos que son expresión genuina de intereses nacionales y
populares y, en virtud de ello, generan retrocesos diversos del neoliberalismo ante la creciente
participación del Estado en las economías nacionales y un avance político cualitativo con la no
aplicación de políticas represivas.Sabemos que los grupos económicos concentrados perdieron
el gobierno pero no el poder y pugnan por recuperar, otra vez, el dominio total. Cuentan para ello
con los grandes medios de comunicación que manipulan y distorsionan las noticias y dirigentes
políticos ambiciosos queaspiran a ser los futuros “gerentes” de gobiernos a su servicio. Como los
golpes de estado militares son –por ahora- inviables, apelan a los paros empresarios y a los
golpes de mercado o especulativos.
No podemos dejar de mencionar y lamentar la postura de algunos grupos autodenominados
‘de izquierda’ que, una vez más, se equivocan de enemigo y resultan totalmente funcionales a
esta nueva derecha. Asumimos como nuestras algunas observaciones críticas incluidas en la
primer Carta Abierta como, por ejemplo: “Creemos indispensable señalar los límites y retrasos del
Gobierno en aplicar políticas redistributivas de clara reforma social. Pero al mismo tiempo
reconocemos y destacamos su indiscutible responsabilidad y firmeza al instalar tales cuestiones
redistributivas como núcleo de los debates y de la acción política desde el poder real que ejerce y
conduce al país (no desde la mera teoría), situando tal tema como centro neurálgico del conflicto
contra sectores concentrados del poder económico.”. Nos preocupan los “modos de construcción
política del propio gobierno democrático: las ausencias de mediaciones imprescindibles, las
políticas definidas sin la conveniente y necesaria participación de los ciudadanos.
Más allá de ello nos comprometemos con convicción a integrarnos en “la creación de este
espacio político plural de debate, que nos reúna y nos permita actuar colectivamente. Un espacio
signado por la vocación por la política y la perseverante pregunta por los modos contemporáneos
de la emancipación…”.
LA PLATA AGOSTO 23 , 2008.